Situación A - Buenos Aires, Rosario y otras ciudades Argentinas: Diciembre de 2001: Una multitud histérica golpeando cacerolas y agresivamente destruyendo propiedad de otros –fachadas, vidrios, cajeros automáticos- reclama por los derechos de propiedad propios, reclamando se liberen las restricciones a la extracción de los depósitos bancarios.
Situación B - Mismas ciudades, Octubre de 2008: Preocupados por la desaceleración de la economía global y la crisis originada por las consecuencias derivadas de la caída de la “burbuja inmobiliaria” en los Estados Unidos de Norteamérica, cientos de personas y empresas corren a las entidades bancarias demandando vorazmente dólares, la moneda de curso legal de Los Estados Unidos de Norteamérica.
Separadas en el tiempo, ambas escenas ilustran claramente la esquizofrenia y contradicciones en las que incurrimos periódicamente los argentinos. Obviamente que nos encanta siempre despotricar contra los gobernantes de turno, sean del color político o ideológico que fuere, siempre es en ellos en quien vemos las causas de nuestros fracasos.
La mirada introspectiva siempre ausente, como así también nuestro sentido de responsabilidad, preferimos no percatarnos de cómo pequeños actos influyen en la realidad y nos gusta adherirnos al discurso del predicador del Apocalipsis de turno como si fuésemos un grupo de correctos y circunspectos ciudadanos escandinavos con la más alta virtud ciudadana y un sentido de comunidad insuperable que por alguna razón de la Providencia Divina debe expiar pecados del pasado sufriendo el azote una clase gobernante venida del peor de los subdesarrollos, con la firme determinación de arruinaros y de fracasar.
1. Diciembre de 2001: Más allá de las ironías, analicemos las cuestiones con mayor detenimiento, comenzando por Diciembre de 2001: Domingo F. Cavallo (otrora héroe de la estabilidad de los 90 y con amplio apoyo popular) firma su sentencia de muerte política estableciendo el régimen comúnmente llamado “corralito” mediante el cual –entre otras medidas- se limitó las extracciones bancarias.
Sólo ello bastó para que las hordas de ahorristas, asambleístas y otros tipos de emergentes sociales atacaran con gran violencia los bancos, saliendo a las calles movilizándose del mismo modo que antes habían criticado, y exclamando a viva voz un elocuente y frenético “que se vayan todos” causando una serie de desmanes y exabruptos que culminaron con la renuncia de un Presidente Constitucional, y lo que es mucho peor, con el triste resultado de aproximadamente de 20 muertos.
De lo que no se percataron los enérgicos ahorristas fue que ellos mismos (si, ellos mismos) habían tenido gran parte de la cuota de responsabilidad en la generación su propia pesadilla. Hacía meses que constante y progresivamente habían ido retirando los depósitos bancarios, tendencia que se había agudizado hacia Noviembre y comienzos de Diciembre de dicho Año.
Hay un concepto básico que se debe tener en cuenta para explicar el fenómeno subyacente a la medida del Dr. Cavallo: la creación de dinero bancario o el multiplicador bancario de dinero.
Básicamente se explica de la siguiente manera: los bancos al recibir depósitos no se quedan simplemente con el dinero físico en sus bóvedas esperando que el depositante desee en algún momento efectuar extracción, ya que esto no sería rentable. En cambio, dicho dinero es inyectado nuevamente al sistema por el banco quien lo utiliza para otorgar préstamos a individuales o empresas. No presta todo el dinero ya que en todo sistema se establece un mínimo que el banco debe tener en reserva, llamado el encaje obligatorio (reserve requirement).
m = 1/R
De modo que un inicial depósito de 100.000 pesos suponiendo un encaje del 10% permite al banco prestar 90.000 pesos y estos 90.000 de ser depositados permitirán que se vuelvan a presar otros 81.000 pesos y así sucesivamente. Es lo que se conoce como creación bancaria del dinero.
Lo cual lleva necesariamente infiere -suponiendo que el sistema fuera integrado únicamente por los actores mencionados- que si el depositante primario quisiera recuperar sus 100.000 pesos antes del plazo acordado con la entidad bancaria, se encontraría con que esto no sería posible: el banco no tendría físicamente todo el dinero para devolver.
El anterior fue un burdo y simplificado ejemplo, para acercarnos a la realidad debemos pensar en un sistema muchísimo más complejo y donde no sólo deben tenerse en cuenta los depósitos a plazo, sino también una amplia gama de instrumentos financieros como bonos, futuros, opciones, etc. De todos modos, en esencia el mecanismo es el mismo.
Sólo con recurrir a la lógica y la matemática podemos darnos una idea de lo que ocurriría en el caso que todos los depositantes y ahorristas del sistema bancario decidieran en un momento dado retirar todo el efectivo que alguna vez depositaron: provocarían el colapso total.
Miles de ahorristas inundados por el pánico de la época, en un clima de “sálvese quien pueda” (que luego continuó a través de una serie de medidas judiciales algunas justificadas y otras no tanto) al intentar retirar la totalidad de sus ahorros a fines de 2001 fueron en parte responsables de la debacle. Y paradójicamente deberían estar agradecidos a Domingo Cavallo.
Si el Dr. Cavallo no hubiera intervenido en las regulaciones bancarias, estableciendo una férrea restricción a las salidas del sistema (corralito y corralón) posiblemente los ahorristas se hubieran encontrado con la más dura y fría realidad de tener que lidiar con la una cadena de Quiebras de la mayor parte de las entidades bancarias, derivada de la lógica imposibilidad de hacer frente al retiro de todos los depósitos. Sólo algunos pocos, los primeros en llegar a retirar su dinero o aquellos con mejor privilegio legal dentro del proceso de liquidación, hubieran podido satisfacer sus expectativas. El resto hubiera tenido que resignarse a tratar de cobrar un ínfimo porcentaje derivado del resultante de la Quiebra o simplemente perderlo todo.
Sin embargo los argentinos nos encontramos con la dificultad de analizar las cuestiones desde una perspectiva que exceda el simple interés individual o desde una perspectiva más sistemática. Es mucho más fácil depositar las culpas en Cavallo, los políticos, los Estados Unidos, o quienquiera detente el título de “demonio” de turno.
Creo que lo más emblemático de los tristes episodios de 2001, y que reflejaron el nivel de esquizofrenia fue el vandalismo y desprecio por todo tipo de respeto por la propiedad del otro que protagonizaron los ahorristas en sus diversos tipos de reclamo. Qué hubiera sido de nosotros si todos los desocupados del país (Cuyo número ascendía 18% al 20% en aquella época) hubieran reclamado con la misma virulencia que los ahorristas!
2. 2008: Algunas semanas atrás, hacia fines de Octubre de 2008, me encontraba esperando en la sucursal local de un importante banco, para hacer los pagos corrientes (tarjeta de crédito, servicios, etc) y me encontré con una gran cantidad de personas que era poco común (hasta en la escalera había gente haciendo cola, con un notable mal humor) Al preguntar a la cajera sobre la inusual afluencia de clientes, ésta me informó que la mayoría había estado comprando dólares americanos.
El pánico generado por una crisis originada en los Estados Unidos de Norteamérica, ha provocado el efecto que nacionales argentinos desechen sus existencias en moneda nacional, demandando fuertemente dólares americanos –justamente la moneda de la misma nación donde se generó la crisis-.
En otras palabras, en momentos de crisis, los nacionales argentinos, nos encontramos depositando nuestra confianza casi frenéticamente en la economía americana, desprotegiendo así lenta pero progresivamente la nuestra. Aún aquellos que se la pasan criticando y vituperando a los hermanos norteamericanos, no dudan en “refugiarse” en dólares (como si fueran a salvarse o a hacer una gran diferencia por tener algunos dólares ante una crisis generalizada).
Con esto no quiero hacer una declaración burda de nacionalismo, pues si hay una nación por la cual siento aprecio, afecto y admiración son los Estados Unidos de América. No obstante, creo que debemos sincerarnos, y en todo caso tomar conciencia de nuestras acciones con responsabilidad.
Quiero hacer énfasis en que, tenemos que preocuparnos de nuestras decisiones de hoy, para no tener que quejarnos el día de mañana.
La compra sistemática de dólares, aún por parte de individuales y en montos relativamente pequeños, sí repercute en nuestra economía, tanto en el sistema monetario como en el de la economía real.
Un concepto clave que nos da la teoría económica para explicar esto es el del “valor fiduciario del dinero”. El término Fiduciario deriva del latín fides que significa “fe” y refiere a que los billetes y monedas en circulación no basan su valor en la existencia de una contrapartida en oro, plata o metales nobles o valores, así tampoco en su valor intrínseco, sino simplemente en su declaración como dinero por el Estado y también en el crédito y la confianza (la fe en su futura aceptación) que inspira. Sin la declaración del Estado o con una generalizada pérdida de confianza, el dinero fiduciario sólo vale lo que el papel en el cual está impreso.
En consecuencia, la demanda de moneda extranjera en éste caso dólares en desmedro de la moneda local implica necesariamente en una pérdida de confianza en nuestra propia economía. Al comprar dólares el mensaje que damos al mercado es “confío en Estados Unidos” y “no confío en la Argentina” . A su vez, dicha demanda de dólares ayudará al Estado Americano a finaciarse.
Seguramente muchos declarados enemigos de los Estados Unidos han en cierto modo financiado la Guerra en Irak con su compra de ésta divisa extranjera, lo cual es otra expresión de la muchas contradicciones que tenemos los argentinos.
En segundo lugar, la mayor demanda de dólares –y esto es una regla básica en economía- provocará un aumento de su precio, con lo cual el preció del dólar subirá necesariamente. En caso que el Estado Argentino a través de su autoridad monetaria insista en sostener su precio, perderá reservas a tales fines. Y ello es de esperar, pues una de las funciones del Banco Central es la de preservar el valor de la moneda.
Tanto la suba del tipo de cambio por una masiva y artificial demanda de dólares, como también la pérdida de reservas, repercutirán negativamente en la economía.
La pérdida de reservas hará menos sólida a la economía local frente a debacles o tumultos externos. No nos quejemos entonces si luego tenemos que soportar una nueva devaluación, otra corrida bancaria, corralito, etc. No será culpa de las corporaciones americanas, de la Presidente, ni tampoco de Redrado, será nuestra culpa.
Otro aspecto y quizás es el más importante a analizar: la esterilización del dinero. Generalmente los privados y empresas al comprar dólares en éstos casos tienen dos finalidades en miras: 1) para llevarlos al exterior y 2) como refugio: para guardarlos, en el colchón, la latita o la caja de seguridad. En ambos casos, repercuten de modo negativo para la economía del país.
En 1) más claramente, porque directamente la riqueza creada en el país se va. Es el caso de las empresas extranjeras o algunos nacionales que tienen sus ahorros en el exterior. El dinero que sale del sistema bancario local, dejará de financiar inversión en Argentina, para hacerlo en otro lado, o Dios sabe qué irá a financiar si es que va a parar a algún país de nula o baja tributación (paraísos fiscales)
En 2) porque el dinero cuando lo ponemos en el “colchón” o en la caja de seguridad, también sale del sistema, se esteriliza, deja de financiar la inversión o el consumo y por ello se vuelve un activo improductivo.
Dormirán entonces debajo del colchón, en lugar de ser base al financiamiento de obras o actividades productivas, las cuales darían trabajo a la masa de asalariados y éstos a su vez gastarían en consumo, lo cual generaría a mediano plazo mas inversión y más actividad.
No nos quejemos mañana pues, de la parálisis de la economía que nosotros mismos ayudamos a provocar.
Me podrán decir que los mayores compradores de divisas son las trasnacionales o compañías extranjeras, es verdad. Pero quién podrá quejarse contra éstas si los propios ciudadanos argentinos hacemos lo mismo. Creo que es al menos hipócrita quejarnos y demonizar a las empresas trasnacionales cuando ellas no han harán sino exactamente lo que el propio nativo, el propio nacional ha hecho.
¿Si no confiamos en nosotros mismos, con que autoridad podemos esperar o mucho menos demandar que otros lo hagan?
Espero que todos los Argentinos tomemos conciencia de la importancia de la CONFIANZA y la FE, no sólo aspectos más espirituales sino también en la economía, y que nos responsabilicemos también de proteger lo nuestro, nuestra moneda, nuestras instituciones, nuestro país.