El conflicto secesionista de Bolivia es un reflejo de una realidad que venimos sufriendo los países de la América Hispánica desde la época de la Independencia.
Ni bien nuestros pueblos se libraron del yugo colonial, comenzó una serie de intrigas, separaciones, divisiones, guerras civiles y escisiones cuya culminación fue la actual disposición geográfica. De cuatro grandes unidades políticas (los Virreynatos de Nueva España -México-; Nueva Granada, Perú y Rió de la Plata) se fue sucediendo una cadena de subdivisiones que generó una multiplicidad de unidades político-territoriales cada vez más pequeñas, y por ende, cada vez más débiles.
No debemos caer en el error común de muchos hermanos latinoamericanos que ven la causa de éste proceso en la actividad secreta y conspiradora de la potencia hemisférica y global. En lugar de aventurar tal conclusión sería prudente indagar y encontrar las causas propias y la cuota de responsabilidad que nos cabe a nosotros mismos.
Nuestra propia responsabilidad, y nuestras propias acciones son las determinantes. Tratar de encontrar el problema siempre en “el otro” que boicotea, conspira contra mí y es el responsable último de cada vez que no conseguimos el éxito añorado es también un razonamiento recurrente en nuestra mentalidad hispanoamericana que debemos erradicar y creo que merece una reflexión aparte.
Es entonces que debemos encontrar cuales acciones, qué determinaciones nuestras hacen que nos vayamos separando en lugar de tomar el camino inverso, hacia una integración más real y auténtica. Integración que seguramente será beneficiosa para todos y cada uno de los latinoamericanos, pero que no es promovida seriamente por los líderes actuales, con la conclusión de dejarles tan elevado ideal como carta de presentación exclusiva de los más extremistas y desmesurados.
Pero volvamos a las causas de la división: muchas veces los secesionistas se ven tentados por un interés egoísta -camuflado bajo algún o muchos reclamos legítimos- de una porción del territorio y población que incurrió en el ya citado error de sentirse “arrastrada” al retraso por sus connacionales más pobres.
En otros casos, fue provocada por la falta de interés de las regiones donde residía el poder político administrativo, en desmedro de otras periféricas, las cuales pacífica y naturalmente se fueron separando en busca de un mejor destino por su propia cuenta.
Pero el denominador común es la falta de sentimiento de identificación, y la falta de consideración de los elementos compartidos, como son el idioma, la cultura, el origen e historia de los pueblos, que en algún momento se encontraron bajo una misma bandera.
Darse una idea de las consecuencias de éste proceso es tan simple como la operación matemática básica homónima al verbo en cuestión. El resultado de la división son unidades más pequeñas. Y por lógica deductiva, las unidades más pequeñas serán más débiles. Por analogía, los sub-estados que resultan de cada secesión son más y más débiles del estado originario. Y cada subdivisión aumenta las carencias y limita las potencialidades.
Dos estados ocupando mismo lugar que antes existía uno solo, tiene como consecuencia nuevas fronteras, nuevas burocracias, nuevas limitaciones, en definitiva nuevas barreras al comercio, al intercambio, al transporte de bienes y servicio. Mientras lo que es hoy Bolivia era parte de las Provincias Unidas -sin tener en cuenta la Guerra del Pacífico- no existía el problema de la falta de acceso al mar: de haberse conservado la configuración geográfica del Virreinato hubiera tenido acceso tanto al Pacífico -a través de Potosí- como al Atlántico -a través del litoral del Mar Argentino y la Banda Oriental-.
Seguramente que Bolivia subdividida entre los Departamentos Occidentales y los Departamentos Orientales en su consjunto, será una duplicidad más débil, tanto políticamente como económicamente.
En los últimos años, mucha gente se ha deshecho en loas y admiración para con el desarrollo sostenido que ha tenido la República Federativa de Brasil. No es casual que sea el único país que conservó las dimensiones geográficas de su antecesor coloniales. La extensión territorial de las posesiones coloniales portuguesas al igual que las españolas considerable y también existían las mismas dificultades de comunicación que pueden haber encontrado nuestros antepasados. La decisión de permanecer unidos fue -a mi humilde entender- en última instancia una decisión política. Voluntad pura, de los dirigentes y del pueblo.
Quizás aquí hemos tenido la carencia de un elemento unificador común, como lo fue el hecho del traslado de la familia real de Braganza a Brasil durante las guerras Napoléonicas, pero aún así la idea de la unidad Sudamericana era entendido desde entonces por estadistas como el Libertador General José de San Martín y Simón Bolivar.
Me apena que aquí se haya arraigado la costumbre de la queja indiscriminada y crónica de nuestros gobernantes. No estoy promocionando un conformismo estéril y vicioso, sino que creo que hemos caído en el extremo contrario: somos incapaces -y en ésto nosotros, el pueblo, somos más responsables que nuestros gobernantes- de tener una idea o una visión común, de unidad. Siempre los problemas coyunturales, las rencillas internas, las pequeñeces y el egoísmo cortoplacista están antes en nuestra lista de prioridades que la Nación.
No creo en el Nacionalismo ciego y xenófobo, pero sí en el respeto a la Patria y a la Nación como algo trascendente a quienes momentáneamente la administran. No podemos seguir soportando que siempre prime en nuestro pensamiento y acción el interés sectario o partidario por sobre el nacional. Esto es patente también en nosotros los Argentinos: cuando no nos gusta el gobierno de turno, preferimos “patear el tablero” y “romper” con todo, sin percatarnos que la democracia con el tiempo irá corrigiendo las imperfecciones. Siempre cuando está el del signo opuesto al nuestro en el poder, va a ser infinitamente corrupto, inepto o ineficiente (cuando no, otros calificativos aún más lamentables) y siempre el veredicto será que es mejor que se vayan antes de tiempo que respetar los tiempos democráticos. Las instituciones para funcionar necesitan tiempo y debemos aprender a respetarlas y a ser pacientes.
Por eso a los Hermanos del Oriente Boliviano les expresaría mi apoyo en sus reclamos legítimos, pero les pediría paciencia, ya que Evo es hoy el Presidente, pero la democracia les dará la oportunidad de elegir a alguien que represente mejor sus intereses, y para ello deberán ser pacientes.
En ésta ocasión creo que la reflexión más importante se resume en los versos del genial José Hernández:
Los hermanos sean unidos
pués esa es la ley primera,
tengan unión verdadera,
en cualquier tiempo que sea,
pués si entre ellos pelean
los devoran los de ajuera.
José Hernández, La vuelta de Martín Fierro, v. 1160
1 comentario:
Pato: Casi que se me hizo hábito pasar por tu blog a ver si hay algo nuevo. Escribís y reflexionás muy bien. Y lo más importante, tus textos resultan atrapantes y entretenidos. Además de que concuerdo mucho ideológicamente. ¡Felicitaciones!
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