jueves, 18 de diciembre de 2014

Inminente reconciliación: Argentina y la economía de mercado



En poco menos de un año, el poder presidencial cambiará de manos en nuestro país.  Aún desconocemos a quién Cristina Kirchner entregará la banda presidencial, pero a esta fecha existen tres candidatos con enormes chances de ganar la elección, en un pie de igualdad en cuanto a intención de voto; ellos son Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Masa.

De mantenerse las tendencias cada uno de ellos alcanzaría aproximadamente un 30% de los votos en octubre, y con ello estaría logrando el ingreso de un considerable caudal de legisladores de su sector, para luego definirse la elección presidencial en la segunda vuelta.     

Dada la fuerte tradición presidencialista en nuestra república, y teniendo en cuenta que quien gane el ballotage estará consiguiendo un respaldo extra por parte del electorado, el próximo ciudadano que ocupe el Sillón de Rivadavia sin dudas tendrá la posibilidad de marcar una nueva impronta en la conducción de los destinos del país. Por ello, es razonable preguntarnos cuál será la variable más factible que se reajuste con la nueva administración.

Una manera de intentar contestar tal interrogante de la forma más certera posible será encontrar cuál es el denominador común entre todos estos candidatos, tanto en su discurso y en su praxis.  Los tres líderes son jóvenes y han tenido gestiones con cierto éxito.  También los tres comparten una vocación por el diálogo y no son agresivos en sus discursos.  No obstante, considero que lo más importante que tienen en común es una predisposición hacia el mercado o la economía de mercado que marca una trascendental diferencia con la posición de la actual gestión.

Bajo los gobiernos de Néstor y Cristina sin duda alguna han sucedido numerosos cambios que podríamos calificar como revolucionarios. Se han incrementado las libertades civiles, se ha llegado un mejor reconocimiento y protección de las minorías, las políticas sociales han sido inclusivas y comprensivas de casi todos los sectores de la población.  En síntesis, podemos afirmar que se ha reforzado y reconstruido con éxito el sistema de seguridad social del estado.  Se ha incorporado con la eficiencia nuevas tecnologías a tal fin con el objetivo de no dejar a ningún argentino en el desamparo.   En materia económica, es importante la reducción de la deuda externa y la recuperación de una industria estratégica como YPF.

Sin embargo, quizás inducida por algunos preconceptos ideológicos, la administración actual ha tomado algunas medidas que vislumbran cierta desconfianza con economía de mercado y el libre comercio, incluso llegando a dañar con ciertas trabas al comercio regional y se ha resentido el incipiente proceso de integración económica con nuestros vecinos más próximos. 

Por el contrario, los presidenciables se muestran libres de tales prejuicios ideológicos, y ello nos augura que la política económica del próximo ciclo estará en óptimas condiciones corregir algunas medidas que bienintencionadas en sus propósitos, por su afán contrario a la teoría y ciencia económica, lograron un efecto contrario y adverso, quitando competitividad a la producción nacional, entorpeciendo la posibilidad de exportar los productos al exterior, y frustrando el nacimiento del espíritu empresario y emprendedor que es el más dinámico generador de riquezas en una economía.    
Sería un error identificar a una postura más amigable al mercado con lo sucedido en los años 90. En ese entonces, las privatizaciones marcadas por la corrupción, la improvisación en la apertura súbita de mercados sin un mínimo cuidado de la producción nacional, y sin un sistema de seguridad social que atempere las drásticas consecuencias de un cambio tan radical, han logrado que el argentino promedio tenga cierto recelo hacia mayores libertades en la economía.

Pero ello resulta alejado de la realidad: justamente son los países que han abrazado la economía de mercado quienes mayor prosperidad han logrado para sus habitantes.  Estados Unidos, Europa Occidental, los tigres del sudeste asiático, incluso China "comunista", todos ellos florecieron gracias a la economía de mercado y la apertura hacia el mundo globalizado.  En nuestra región ha sucedido lo mismo, y hoy quienes ostentan un crecimiento más sólido y han mejorado en mayor sus indicadores sociales son aquellos vecinos que han encontrado su lugar en la economía libre de la era de la información. 

Todo ello lleva a pensar que a partir de 2015 Argentina comenzará a reconciliarse con la economía de mercado, colocándose nuevamente en condiciones de mejorar su competitividad, permitir que progrese el espíritu emprendedor y se despliegue todo el potencial de nuestra gente y nuestros recursos.

Patricio E. Gazze

lunes, 4 de agosto de 2014

Hamas: el verdadero elemento genocida del conflicto árabe israelí.

El pueblo judío es uno de los pocos que ha sufrido en carne propia – y varias veces a lo largo de su historia- la peculiar situación de estar apuntado para el exterminio.  Tal es así que este vil deseo de los antisemitas fue ejecutado con una escalofriante precisión en el marco de una de las mayores masacres de las que la humanidad tenga registro a mediados del siglo pasado.  Y sobre el final de dicha conflagración se sentaron las bases –consentidas por toda la comunidad internacional- para el establecimiento de un hogar propio en las tierras que habían sido habitadas desde hacía más de tres milenios por dicho pueblo.   El Estado de Israel declaró su independencia el 14 de Mayo de 1948, y en menos de dos años las dos principales potencias ya habían reconocido su estatus de estado soberano.   Nuestro país reconoció su soberanía el 14 de Febrero de 1949 por decreto del Presidente Juan D. Perón.  Evita, mediante los buenos oficios de la Fundación Eva Perón, colaboró fuertemente enviando ayuda humanitaria a la naciente nación. 

Hoy,  ya entrado el siglo XXI, el Estado de Israel (que incluye a ciudadanos judíos, musulmanes y cristianos) se encuentra frente una idéntica amenaza que en tiempos de la perversa locura del régimen nacionalsocialista.  Hamas, la agrupación extremista islámica que gobierna la franja de Gaza cuenta entre sus objetivos explícitos la literal aniquilación de Israel.    No hace falta ser un especialista para dimensionar el significado y el impacto de tan brutal declaración.  Lamentablemente, los medios de comunicación, una considerable parte del arco político y la gran mayoría de los formadores de opinión omite de una manera muy preocupante este hecho fundamental, que resulta imprescindible para entender los actuales acontecimientos en el Medio Oriente.

Las terribles noticias que recibimos de la actual escala de violencia desatada a partir del secuestro y asesinato de tres adolescentes israelíes es relatada de un modo distorsionado, directamente olvidando el detalle que quienes iniciaron esta espiral de terror no son partes de un épico ejército de liberación de un pueblo oprimido sino, que por el contrario, constituyen células de una organización criminal  terrorista con ramificaciones y apoyo internacionales dedicados principal y prioritariamente a destruir a su vecino.  Para ello, no escatiman recursos para destinarlos a fines bélicos (aun cuando ello implique posponer el bienestar de su pueblo) ni tampoco tienen escrúpulos para llevar adelante sus fines a pesar del sufrimiento y muerte de su propia gente.

Desde ya que no pretendo justificar los crímenes de guerra que puedan haber sido cometidos por parte Fuerzas de Defensa de Israel. Es obvio que tales actos son condenables.  La cuestión aquí es no precipitar juicios sin un detenido análisis de la compleja situación que allí se vive.   La lógica simplista de “opresor-oprimido”, o “Neoliberalismo / capitalismo -  pueblos autóctonos” con que se pretende explicar la situación recortando de la escena a los extremistas islámicos resulta a todas luces equivocadas.  Es verdad que Israel se encuentra muchísimo más desarrollado en cuanto a tecnología militar que Palestina, pero su situación es muy delicada puesto que está rodeada de “vecinos” que intentan insistir en el frustrado plan de Hitler.   

El conflicto es presentado mediáticamente muy a la ligera, de modo que la natural empatía que uno siente hacia las víctimas civiles palestinas opaque y esconda el trasfondo de la situación.  Se precipita llegar a una opinión o conclusión sobre la base del conteo de muertos en uno y otro bando.  De este modo Israel, o “los judíos” son los “malos de la película” y los palestinos las únicas victimas.    Sin dudas esto además favorece un rebrote en el antisemitismo, en muchos casos latente, de ciertos sectores de la población.

Otro recurso de la guerra propagandística que lleva adelante el fundamentalismo de Hamas es la utilización adrede de términos incorrectos y engañosos.  Se denuncia una supuesta comisión de un genocidio por parte de Israel.  

Efectivamente, es posible que las fuerzas de defensa israelíes hayan cometido actos que califican como crímenes de guerra y que violan disposiciones de Naciones Unidas sobre derecho internacional humanitario.  Pero de ningún modo podemos hablar de genocidio, cuando las propias fuerzas israelíes advierten con antelación de sus ataques por todas las vías posibles, ofrecen ayuda médica a las victimas palestinas y además han sido quienes desocuparon el territorio de Gaza para que sus habitantes se gobiernen por si mismos.  Así también, hay más de un millón de árabes-israelíes viviendo como ciudadanos en igualdad de condiciones dentro de las fronteras de Israel.  Todo ello indica que  no existe ningún deseo por parte del gobierno este país de llevar adelante un exterminio o limpieza étnica, ni nada que pueda ser tipificado como genocidio.  Por el contrario, el objetivo que buscan es desmantelar las instalaciones para lanzar cohetes a poblaciones civiles y destruir los túneles de los terroristas, para de esta manera lograr ofrecer seguridad a sus ciudadanos.

Quienes sí están determinados –y no lo hacen sólo porque no pueden hacerlo y porque Israel es muy eficiente defendiéndose- a cometer un genocidio son los líderes de Hamas, y todos sus socios de los regímenes extremistas musulmanes que los financian y apoyan.   No lo digo yo, no lo dicen los israelíes, lo dicen los mismos islamistas, tal como consta en los objetivos de Hamas y como también ha expresado el ex presidente de la República Islámica de Irán (que mucho de Republica no tiene, sino que más bien constituye una teocracia) quien afirmó que no descansaría hasta “borrar a Israel del mapa”.

El contexto regional es otro detalle absolutamente pasado por alto en los livianos análisis y condenas se hacen en los medios, y a los cuales a la izquierda les gusta tanto adherir.   Si alguien se tomara un minuto para realmente estudiar la historia y la geopolítica,  va a caer en cuenta que la mayoría de los vecinos de la región son cómplices de los grupos terroristas que buscan destruir o desestabilizar Israel, y que este ultimo país cuando encontró un interlocutor válido y dispuesto a cesar las hostilidades, ha cumplido con su palabra, se ha replegado y ha canjeado paz por territorios, como lo hizo con el Sinaí que fue devuelto a Egipto a cambio de un compromiso de Paz.  El ejemplo de los territorios devueltos a Egipto desenmascara a los izquierdistas tan adeptos a teorías conspirativas: Sinaí esta repleta de recursos naturales como gas natural y petróleo además de ser un punto estratégico en el comercio global.  En consecuencia resulta falsa la hipótesis que los territorios sean ocupados para usurpar o usufructuar recursos naturales.

También se acude a una simplificación que no ayuda a una correcta comprensión de la situación para alimentar una actitud antisemita: la teoría del usurpador y la supuesta nacionalidad “palestina”.   En primer lugar, jamás existió una nación o pueblo “palestino” hasta entrado el siglo XX.  Dicha denominación fue arbitrariamente elegida por el Imperio Británico para designar una división administrativa: el Mandato Británico de Palestina.  En efecto, esta administración británica fue encomendada por la Sociedad de Naciones (precursora de nuestra ONU) para regir en los territorios que habían quedado desmembrados del extinto Imperio Otomano.  La ONU había propuesto un plan de partición en 1947, que fue rechazada por los árabes. De esta manera la porción de la franja de Gaza permaneció “ocupada” por Egipto y la parte del Banco Occidental y Jerusalén Este se mantuvo “ocupada” por Jordania hasta la guerra de los seis días en 1967.  El movimiento nacionalista palestino cobró fuerzas recién después de dicho conflicto, cuando pasaron a estar  “ocupados” por los israelíes.  Un fiel testigo de ello es el hecho que Argentina reconoció al Estado de Israel en 1949, bajo presidencia del General Perón y a Palestina recién la reconoció 2010, bajo la presidencia de Cristina Fernández.   

Israel es una construcción moderna de la comunidad internacional –alimentada por un movimiento nacionalista que podemos remontar al siglo XIX con Theodor Herlz-, pero del mismo modo lo son también Siria, Irak, Jordania,  y la totalidad de los países de la península arábiga.  Y aún más moderna y más tardía es la “construcción” de la nacionalidad palestina.   Esta nueva configuración territorial con el condimento del incipiente nacionalismo significó un  reacomodamiento de poblaciones luego de las nuevas definiciones fronterizas. En la región se cometieron gravísimos errores en la forma de fijar los límites de las “nuevas naciones”; se marginó completamente a la población kurda dejándola sin una tierra propia, se ignoró  la división entre chiitas, sunitas  y alauitas dejando sentadas las bases para futuras y sangrientas guerras civiles, y se instauró a familias reales creadas de la nada como gobernantes.  Sin embargo, de todas las imperfecciones y errores cometidos, ninguna causó tanta indignación como la creación del nuevo Estado israelí en 1948 en un ínfimo territorio.   Sus vecinos recibieron este suceso con una agresión desde todos los puntos cardinales, declarándoles la guerra casi de inmediato.

Este evento desencadenó un gran flujo migratorio de refugiados judíos que vivían en toda la región del mediterráneo meridional y oriental, debiendo abandonar lo que había sido su hogar por más de dos mil quinientos años.   Estos “desplazados” judíos son completamente soslayados y olvidados por la prensa.  ¿Cómo vamos a poder comprender verdaderamente la situación si sólo damos importancia a una parte de la historia?

Según cifras de las Naciones Unidas, el número de refugiados judíos que emigró a Israel es casi el mismo que el de árabes que emigró desde Israel.   La única diferencia fue que los refugiados judíos fueron integrados al nuevo país, mientras que los desplazados árabes en lugar de ser recibidos y ayudados a integrarse en otros países árabes a los que arribaron, fueron hacinados en campamentos y se perpetuó su condición de refugiados, para su utilización política.

Y este es otro aspecto que no se tiene en cuenta: la utilización política de la población civil. Mientras que Israel invierte gran parte de sus recursos y esfuerzos para proteger a su población, Hamas no duda utilizarla como escudo humano. Esto no debe sorprendernos ya que esta organización terrorista adoctrina desde pequeños a los niños palestinos para convertirse en mártires (terroristas suicidas).  Una vez más nos encontramos con otro sutil “olvido” de los detractores de Israel: a nadie se le ocurre señalar o reparar en la terrible violación a los Derechos Humanos que supone el adoctrinamiento a niños y su utilización para la guerra o para la construcción de los túneles del terror que hacen los fundamentalistas.

La versión que muestran los medios pareciera indicar que constituye una atrocidad y vulnera los Derechos Humanos atacar escuelas, hospitales, templos religiosos siempre y cuando los blancos se encuentren en Gaza, pero el hecho de hacerlo disparando misiles a idénticos blancos (escuelas, hospitales, templos) en el suelo de Israel, no.   Este es el “doble-estándar” que nos presentan los medios y que tanto gusta a las izquierdas utilizar para quejarse contra el “capitalismo imperialista” (como si tuviera algo que ver) que oprime a las naciones.

De la misma manera, los incoherentes comunicadores utilizan la bandera de los Derechos Humanos para sacar a relucir sus condenas a Israel por la actividad militar en Gaza, pero no han escrito, no se han manifestado,  no han protestado ni siquiera han demostrado la menor preocupación por las atrocidades (crucifixiones) cometidas contra cristianos en Irak (justamente ejecutadas por organizaciones afines a Hamas), la ejecución de homosexuales en Irán, la mutilación genital y la limpieza religiosa en Sudán, Mali, Arabia Saudí, Qatar y los Emiratos Árabes.   Cuando los verdugos son los propios fundamentalistas islámicos,  en tales casos la barbarie está permitida o a nadie le importa.

Resulta una interesante contradicción que todo este colectivo de indignados y detractores de Israel bajo una supuesta defensa de los Derechos Humanos –muy probablemente mera ignorancia o pereza para ponerse a estudiar-  acaban resultando funcionales a la propaganda del integrismo islámico, movimiento que abierta y explícitamente rechaza y denigra tal concepto.   Y lo más grave es que no sólo constituye una cuestión declarativa, sino que son muy eficientes en hacer realidad esa visión: en aquellos lugares donde los extremistas islámicos son gobierno, directamente no existe el más mínimo respeto a los Derechos Humanos.

Por todo ello, creo que debemos analizar la cuestión árabe israelí evitando las omisiones terribles que antes se detallaron, teniendo en cuenta que Hamas no sólo es el principal enemigo de Israel, sino también de los propios Palestinos.

En 2005 Israel se retiró completamente de la franja de Gaza para que sus pobladores fueran artífices de su propio destino, pero gracias al liderazgo de Hamas han tomado el camino del terrorismo, la guerra y los abusos.  En lugar de construir infraestructura e industria, se dedicaron a construir una costosísima red de túneles para llevar terroristas y explosivos del otro lado de la frontera,  en lugar de construir escuelas y hospitales, continuaron gastando enormes sumas de dinero para llenar (incluso edificios civiles) sus depósitos de misiles y cohetes con la finalidad de dispararlos sobre poblaciones civiles,  generando hechos de violencia que una y otra vez desencadenaron mayor violencia.  En lugar de demostrar a Israel y al mundo que teniendo el control sobre sí mismos podían comenzar a construir la paz, dieron un claro ejemplo que cada centímetro que Israel retrocediera de los “territorios ocupados” sería utilizado para que los extremistas avancen en su ofensiva y den un paso más en su nefasto plan genocida. 

La Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio (1948) y la del Estatuto de Roma para la Corte Penal Internacional  (1998)  definen como genocidio a “… cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal: A) Matanza de miembros del grupo; B) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; C) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; D) Medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo; E) Traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo.  El objetivo explícito y literal de Hamas de aniquilar al Estado de Israel nos exime de mayores consideraciones a la hora de señalar al verdadero genocida.   Será imposible la paz, cuando una de las partes desea y anhela la destrucción total de la otra.


                        Patricio Eduardo Gazze.

domingo, 8 de junio de 2014

Juventudes políticas, los “hijos de la democracia”.





“Nada cabe esperar de los hombres que entran a la vida sin afiebrarse por algún ideal; a los que nunca fueron jóvenes, paréceles descarriado todo ensueño.  Y no se nace joven: hay que adquirir la juventud. Y sin un ideal no se adquiere…”
José Ingenieros.

Los jóvenes han sido protagonistas de la vida política y social desde tiempos remotos.  Sin embargo, nuestro país ha sido escenario de un notable crecimiento en la visibilidad, intensidad, cantidad y organización de la participación política juvenil en la última década.   Cabe aclarar que excluiré del análisis de esta nueva “ola participativa” a lo que acontece en el ámbito universitario.  En este caso, la tradición de participación política universitaria de nuestro país es sólida y trascendente. Su lucha se remonta a principios del siglo XX y resultó ser fundamental en el devenir de la Nación por su principal conquista: la Reforma Universitaria de 1918. Sin lugar a dudas esta historia universitaria constituye un antecedente de muchísimo peso en la política juvenil que luego se desencadenaría.

Volviendo a nuestros días, observamos que muchos intentan apropiarse la “paternidad” de la actual explosión de los “sub 35” en la política.  Sin embargo, podemos afirmar que este fenómeno resulta eminentemente transversal: desde el oficialismo más ortodoxo hasta las fuerzas opositoras más críticas –pasando por los numerosos matices intermedios-, los diferentes partidos, frentes, y sectores de todo el arco político cuentan con sus flamantes sectores juveniles.

Ya sea por su militancia, su presencia en los actos proselitistas, o por su función como semillero de funcionarios políticos, estos sectores han cobrado relevancia pública.  En nuestros días cada partido, frente o sector cuenta con su división puramente juvenil: ya sea La Cámpora, los Jóvenes Pro, la Juventud Socialista, la Juventud Radical, la Juventud Peronista, entre muchos otros.  En idéntico sentido, el fenómeno también causó repercusión en otras áreas de la vida política, como es el caso de la Juventud Sindical del diputado Facundo Moyano.

Recientemente, los jóvenes fueron protagonistas de una interesante iniciativa: el pasado 19 de Mayo lanzaron la “mesa de las juventudes políticas” con apoyo de la Red Solidaria de Juan Carr, y del titular del SEDRONAR, Juan Carlos Molina.  En la misma, los referentes Andrés “el Cuervo” Larroque, Pedro “Peter” Robledo y Leandro Santoro –de la Cámpora, la juventud PRO, y “Los irrompibles” (Juventud Radical) respectivamente-, acordaron cooperar en la lucha contra la drogadicción sin importar las diferencias ideológicas y políticas, en una muestra de diálogo y convivencia que bien puede ser el embrión de una futura política de estado.  Lejos de replicar la dinámica de choque constante y polarización, los sectores juveniles han tendido puentes entre sí, llegando a ensayar un claro ejemplo del diálogo que reclama a gritos la sociedad en su conjunto.

Otro claro ejemplo del modo en el cual los referentes de la juventud ejercen su responsabilidad con gran responsabilidad y compromiso fue el emocionante accionar de Demian Martinez Naya del PRO.  Este joven había asistido a la marcha del “18 A” –a protestar en lineas generales contra las políticas del gobierno-, pero al observar cómo algunos manifestantes estaban destruyendo la propiedad pública, decidió intervenir evitando que continúe el vandalismo.  Por ese motivo, la turba enfurecida lo tomó por “infiltrado” y comenzó a agredirlo.  Esta actitud emocionó a la Presidenta de la República, quien lo convocó –juntamente con el antes mencionado Pedro Robledo (también del PRO)-, y ellos decidieron aceptar la invitación.  En ese momento, la relación entre la mandataria y el jefe de gobierno porteño era casi inexistente, y los jóvenes lograron romper esa brecha, estableciendo –desde el respeto mutuo y sin claudicar a sus ideas- una conversación democrática muy alentadora.

Estos dos ejemplos, entre muchos otros, ofrecen un panorama del invaluable aporte del incremento de la participación juvenil en el proceso de toma de decisiones de la cosa pública.  La frescura, innovación y creatividad que aporta esta porción de la población sin dudas hace caer por su propio peso a las críticas y reparos que propinan aquellos sectores más conservadores y reaccionarios.

Estos “dinosaurios” de la política que se asustan y encolerizan ante la participación de jóvenes en la discusión de la cosa pública esconden una vocación anti-democrática y cerrada. En lugar de esperanzarse porque una creciente cantidad de jóvenes –alejándose del hedonismo, consumismo y nihilismo propios de la posmodernidad- se comprometa por sus ideales, trabaje por aquello que consideran más conducente hacia el bien común y en última instancia decida ser partícipe de su propio destino, estos dirigentes reaccionan al sentir amenazado un ámbito que consideran exclusivo y propio.   Quizás el reflejo natural por cerrarse e intentar evitar una apertura hacia nuevas generaciones esconde una incapacidad para competir y dar lo mejor de sí, y lo que es más grave aún, denota una ausencia de flexibilidad y aceptación del cambio, que es un elemento constante de la vida social. 

Creo necesario revalorizar y defender el papel de las juventudes.  En efecto, lejos de constituir un factor de desintegración, cisma o separación, estas aportan una vitalidad que refuerza la unidad de las fuerzas a las que pertenecen y generan una “reserva” de cuadros que estarán disponibles a la hora que las urnas les deparen la responsabilidad de transformar la realidad desde alguna función ejecutiva.  La relación simbiótica entre lo “nuevo” y lo “viejo” se aprovecha mejor cuando las estructuras del partido, fuerza o movimiento ofrecen a sus jóvenes escuelas de formación política o capacitación en liderazgo que perfeccionarán la formación de cuadros políticos, como de hecho sucede en gran parte de los partidos más importantes.

En última instancia, las juventudes –al igual que lo que pasa en una población determinada en general- determinan a largo plazo la supervivencia del sector al que pertenecen.  Por eso, resulta inaudito, inexplicable y hasta absurdo, que algunos critiquen a los jóvenes por el sólo hecho de serlo, de conformar un espacio propio, o por desempeñarse ejerciendo responsabilidades públicas en lugar de juzgar hechos concretos de gestión.

Esto no implica enaltecer a los jóvenes ni exagerar sus virtudes.  Como sucede en la generalidad de los aspectos de la vida, el tiempo ayuda a desarrollar las cualidades más nobles.  En este sentido la sabiduría de la experiencia jamás podrá ser sustituida. Pero justamente no son los sabios quienes temen a la juventud, sino más bien los mediocres que consideran a los cargos y funciones públicas como pequeños feudos, pretendiendo excluir a los nuevos actores del proceso político.

Por último, aquellos que todavía desconfíen de la capacidad de los jóvenes para liderar los destinos de una nación, pueden detenerse en la historia de un joven que hace poco más de dos mil años con sólo veinte años de edad fue nombrado cónsul de Roma. Desde ese momento no sólo logró terminar la larga guerra civil surgida por la crisis de liderazgo, sino que luego gobernó con gran sabiduría durante el período de paz ininterrumpido más largo de la historia de su país, llevando prosperidad a todos los dominios bajo su responsabilidad.  Este joven fue Cayo Julio César Augusto.

En particular, considero esperanzadora esta explosión de juventudes en nuestro país. Estos “Hijos de la democracia” han nacido y vivido toda su vida (o al menos su vida consciente) bajo un régimen democrático, se educaron y crecieron gozando de plena libertad de expresión.  Esto les otorga una ventaja considerable, ya que estos jóvenes, sean de izquierda o derecha, conservadores o progresistas, peronistas o anti-peronistas, jamás han recurrido a la violencia para defender sus ideales, ni tampoco han tenido que justificar a líderes que llegaron por la fuerza al poder.  Poco importa el relato que los mayores pretenden imponerles –intentando echar sobre sus espaldas la mochila de los errores del pasado-,  ya que esta nueva generación posee una profunda convicción democrática y una energía enorme para encarar los desafíos que deberá superar nuestro país en los años por venir.  Asimismo, han demostrado ser capaces de entablar un diálogo y proponerse trabajar en conjunto –sin dejar de lado sus ideales o banderas- con sus adversarios políticos, lo cual será fundamental a la hora de romper la dinámica cíclica de polarización y demonización del adversario que venimos sufriendo desde hace más de medio siglo.

                                                                                                                   

                                                          Patricio E. Gazze

martes, 18 de febrero de 2014

Sudamérica necesita más gobiernos responsables y menos teorías conspirativas.



Febrero de 2014.  Ante la persistencia de las protestas de estudiantes en la República Bolivariana de Venezuela, los miembros de la UNASUR contribuyeron a alimentar las teorías conspirativas que tanto gustan al Presidente Maduro al emitir un comunicado en el que subyace una preocupación por la "defensa del orden democrático".

 Aprovechando la ambigüedad, el Canciller venezolano exageró la declaración del organismo internacional, atribuyéndole el condimento propio del discurso oficial de su país: la convicción que las demostraciones son parte de un plan de "desestabilización".   Detrás de tan macabro estratagema, de acuerdo a los funcionarios bolivarianos, estaría -una vez más-, la mano de los Estados Unidos de Norteamérica.  En concordancia con tales sospechas, el gobierno ordenó la expulsión de funcionarios consulares de la Embajada norteamericana en Caracas.  Lo cual no sorprende, puesto que la revolución chavista ha utilizado estos berrinches contra diplomáticos "yanquis" en numerosas oportunidades, como parte del "show" mediático que monta para inculpar de la mayoría de sus males a Washington.

No sólo los bolivarianos son afectos a estas hipótesis de complots y tramas secretas en pos de una desestabilización, sino que éstas constituyen además una especie de literatura común entre ciertos sectores sudamericanos (aún cuando son paupérrimos sus fundamentos) y que -casualmente- afloran en momentos en los cuales el propio liderazgo local se encuentra en crisis.  Utilizando esta fábula se pretende esconder la incompetencia para manejar determinadas situaciones o para eludir la propia responsabilidad de los males económicos y/o sociales que son las verdaderas causas del conflicto, las protestas y los disturbios. 

En efecto, cabe preguntarse de qué plan de desestabilización extranjero estamos hablando cuando el propio gobierno bolivariano ha permitido –por acción u omisión- una inflación del 50% anual -la más alta de todo mundo- durante el año pasado.  De qué oscura trama estamos hablando cuando la situación de la inseguridad es alarmante y cuando además se toman medidas que restringen la libertad de expresión de los ciudadanos, incluso llegando al extremo de la torpeza y el autoritarismo al quitar del aire de manera súbita e injustificada a una señal de cable que –casualmente- mostraba al mundo los sucesos de violencia. 

¿Resulta acaso serio endilgar las presentes penurias de Venezuela a los norteamericanos, quienes son los principales compradores de su petróleo, y por ende, actores de fundamental importancia para el desarrollo y crecimiento del país? La gente, el pueblo, los estudiantes, etc., salen a las calles para manifestar su descontento por lo que consideran políticas erradas, políticas que afectan su quehacer cotidiano; los precios de los alimentos, la inseguridad, el desabastecimiento, la sensación de pérdida de libertades, etc.  En tales condiciones, es absurdo acusarlos de ser partícipes de una confabulación planetaria en contra de su gobierno. Por otra parte, en cualquier estado democrático la disidencia constituye un elemento esencial, considerarla un factor de preocupación sólo denota un espirítu autoritario. Considerar la pluralidad de opiniones políticas como una “amenaza” a la democracia nos coloca en el terreno del absurdo y la ignorancia.  Muy por el contrario, la disidencia y la libre expresión son pilares del sistema democrático y constituyen derechos humanos fundamentales.  No obstante, a contramano del sentido común, de los tratados internacionales de derechos humanos y de su propia retórica "democrática", los bolivarianos y muchos de sus aplaudidores foráneos, hacen oídos sordos a las voces disidentes, y no dudan en cercenar la libertad.

Quizás esto no sea un hecho azaroso, por cuanto vemos que muchos de éstos líderes sudamericanos que se apresuran a llenarse la boca con la palabra democracia, son o han sido benévolos al referirse a la dictadura “comunista” de los hermanos Castro en Cuba. Incomodados por un puñado de estudiantes que quieren hacer oír su voz (y por lo cual son brutalmente reprimidos),  también guardan silencio sobre la situación de los disidentes cubanos y de las damas de blanco. La incoherencia y contradicción que algunos hermanos sudamericanos demuestran con el caso Cuba excede la presente reflexión, pero resulta ilustrativa para contrastarla con esta situación en Venezuela, dejando en evidencia de qué modo las anteojeras ideológicas llevan a conclusiones contradictorias.  Sería muy fructífero que estos lideres sudamericanos examinen la coherencia en su discurso o que, en todo caso, dejen de engañarse al definirse como “demócratas” y proclamen sin rodeos que adhieren al comunismo totalitario de partido único (y voz única) que practica Cuba. 

Claramente no existe una gran afinidad entre el gobierno de Estados Unidos de Norteamérica y el actual gobierno de Nicolás Maduro, pero ello no significa que todos y cada uno de los problemas que hoy sufre la patria de Simón Bolívar sean provocados o digitados por los agentes norteamericanos.   Esto resulta más grave por cuanto bloquea la capacidad de discernir, enceguece a gran parte del pueblo sudamericano que le encanta consumir anti-norteamericanismo, y con ello denota un profundo resentimiento. A veces los sudamericanos nos comportamos como aquella señora envidiosa que pierde su tiempo y su vida criticando y denostando sus vecinos –mucho más exitosos que ella-, malgastando sus propios recursos y obstaculizando su propia prosperidad.  

Como ejemplo por oposición tomemos el caso de la República Oriental del Uruguay.  El año pasado, nuestro vecino se convirtió en el primer país del mundo en legalizar y reglamentar completamente la producción y el consumo de marihuana.  Esta decisión política trascendental colisiona abiertamente con los intereses y la política internacional de Washington en la materia. ¿Han sido nuestros vecinos víctimas de intentos de invasión, desestabilización, o alteración del orden democrático, perpetrados por los Norteamericanos? De ninguna manera. Es más, gozan de una situación económica mucho más sólida y estable que Venezuela. Queda claro entonces que los vaivenes de las economías de cada país encuentran como principales responsables a sus propios gobernantes; las políticas más prudentes en materia económica de los uruguayos son las que, en definitiva, han otorgado un mayor bienestar a su pueblo. Quizás el Presidente Maduro debería hacer un esfuerzo por dejar de ver fantasmas y conspiraciones y concentrarse en los problemas reales de la economía venezolana. Seguramente sea difícil para un hombre que afirma comunicarse con los difuntos a través de un “pajarito” y más aún cuando muchos pensadores en Sudamérica contribuyen a consolidar la paranoia de persecución, festejando las arengas “anti-imperialistas’ del gobernante bolivariano.

Lejos de teorías conspirativas, la realidad nos demuestra que los sudamericanos compartimos una fluida y fructífera cooperación con nuestros hermanos norteamericanos.  Como un ejemplo notable –entre muchísimos otros-, cabe señalar que la CONAE (Comisión Nacional de Actividades Espaciales) de Argentina y la NASA (National Aeronautics and Space Administration) de los Estados Unidos han trabajado en conjunto por más de una década, con resultados beneficiosos para ambas partes (y lo siguen haciendo).  

La Guerra Fría terminó ya hace más de dos décadas, es hora de cerrar el capítulo de las confabulaciones,  asumir las responsabilidades de nuestro propio destino y dejar de echar culpas a los demás, ya sea a los Estados Unidos, al “imperialismo”, “capitalismo” y demás entelequias a las que recurren algunos pensadores y dirigentes para diluir fallas y errores propios.  Nuestro continente tiene un potencial enorme, pero sólo podrá desplegarlo en plenitud cuando nuestros dirigentes políticos e intelectuales se propongan actuar responsablemente, siendo artífices del propio destino, con capacidad de autocrítica y voluntad de superación.   Sudamérica necesita más gobiernos responsables y menos teorías conspirativas.


Patricio E. Gazze
Generación Proyectar
Ateneo Domingo Faustino Sarmiento