domingo, 21 de abril de 2013

La Corrupción: una mirada crítica sobre la gran hipocresía argentina.














(Mapa global de la corrupción, 2012. Transparencia Internacional)

Para comenzar, cabe advertir que existe una dificultad académica en ofrecer una definición precisa del término corrupción que se evidencia en el propio texto de la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción (Mérida 2003) al omitir hacerlo pese dedicar un artículo completo dedicado a definiciones. No obstante, podemos englobar bajo tal concepto a todas las conductas que implican una mala utilización de las funciones y medios propios de una institución (gubernamental o privada) en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores, generalmente secreto y privado.

Más allá de la complejidad en su demarcación conceptual, el fenómeno resulta bastante bien conocido por los individuos particulares, quienes regularmente tienen noticia de actos de corrupción de la más variada índole; sobornos, fraudes, compra de voluntades, etc.  En una primera aproximación se relaciona a la corrupción con los poderes públicos estatales, pero la más fina doctrina internacional agrega el fenómeno de la corrupción entre privados o la corrupción de las corporaciones, siendo pionera en este aspecto el tratamiento y combate de la corrupción de corporaciones multinacionales en países extranjeros en la “Foreign Corrupt Practices Act” de los Estados Unidos de Norteamérica en 1977. 

No hace falta resaltar lo pernicioso que resulta esta práctica a nivel sistémico:  genera desviación de recursos del Estado, falta de competitividad, competencia desleal, falta o defectuosa inversión en infraestructura (en casos poniendo en riesgo la vida e integridad física de los ciudadanos), e indirectamente corroe la credibilidad de la ciudadanía en las instituciones democráticas, entre muchos otros males.  Tampoco es un fenómeno local, ya que actos teñidos de corrupción ocurren en todas latitudes y longitudes del globo: ejemplo de ello es el caso Gürtel en España. 

Sin embargo en nuestro país este fenómeno alcanza niveles alarmantes que quedan evidenciados en indicadores o estándares internacionales como el Índice de Percepción de la Corrupción (IPC) que elabora la ONG Transparencia Internacional que elabora tales reportes desde el año 1995. 
   
Sobrados son los casos que alcanzaron estado público y mediático desde el retorno de la democracia que dan cabal ejemplo de tan alta percepción de corrupción en nuestras tierras, y ello sin contar las atrocidades, confiscaciones y defraudaciones cometidas durante las dictaduras militares que usurparon los poderes constitucionales.   

Lo curioso es que aun existiendo por parte de la sociedad civil una alta percepción de la existencia del problema, erramos sistemáticamente en encontrar una solución eficaz y definitiva.  Esporádica e histéricamente surgen repentinas oleadas de inusitada preocupación e indignación general por este verdadero mal social, las que estallan en virtud de la salida a la luz de alguna nueva o no tan nueva trama de corrupción.  Entonces los comunicadores sociales se hacen eco de la súbita atención popular en el tema y no ahorran recursos en presentar investigaciones, testimonios, monólogos, denuncias, discursos y debates sobre el particular.   Pero ahí queda.  Se otorga un tratamiento de tribuna mediática, o tribunal de opinión, y se desempolva alguna que otra causa o trama anterior, que ya había alcanzado estado público, pero que bajo la nueva parafernalia vuelve a sorprender e indignar, incluso con más fuerza que cuando se destapó en primera instancia.
 
Este tratamiento mediático y poco profundo de un fenómeno tan grave como la corrupción se convierte en un verdadero escollo para lograr una campaña que tenga como objetivo erradicarlo eficazmente.   Como se convierte en objeto mediático, adquiere una cualidad maniquea o dual que es aprovechada por la dirigencia política: "si el otro es el corrupto, yo me voy a mostrar como el honesto, impoluto".

Así, la perversidad de la dinámica mediática y política nos demuestra escenas dignas de una verdadera comedia dramática: vemos a funcionarios, políticos y empresarios con numerosas causas o procesos de corrupción desfilando en pos de la transparencia y denunciando con fuerza e impostada indignación a sus corruptos e incorregibles opositores.  Muchos de los paladines anti-corrupción resultan tener su propio prontuario escondido bajo la alfombra: pero aprovechan que el mensaje mediático tiende a un simplismo que les permite escapar del dedo acusador. 

La lucha contra la corrupción adquiere en nuestro país con facilidad el carácter de bandera política.  Y transformar en una bandera política a la lucha anti-corrupción en un contexto en el cual la corrupción es endémica, equivale a fracasar desde el comienzo mismo del esfuerzo. La última vez que esto sucedió con una considerable dimensión fue en la campaña de la Alianza contra los abusos de la corrupción de los años 90´.  Y fue así que los cruzados anti-corrupción culminaron estrellándose contra la realidad al tomar estado público que sus propios partidarios incurrieron en nada más ni nada menos que el soborno sistemático a Senadores de la Nación para aprobar una ley que limitaba los derechos de los trabajadores.

Por todo ello merece especial atención el renovado protagonismo público de este problema argentino.  Sería interesante no repetir los errores del pasado y lograr que finalmente se adopte una postura seria y comprometida de parte de toda la sociedad.   Hay que desarmar la lógica perversa del “River-Boca” mediático-político y lograr que la ciudadanía y los operadores políticos se concentren en las verdaderas causas y raíces del problema de la corrupción en nuestro país.   Las verdaderas causas del mismo no están en un gobierno o partido político en particular, ni mucho menos en una clase social, ni en una minoría: el problema es tan generalizado que puede analizarse como una cuestión de índole cultural-social. 

Si partimos de la premisa que la corrupción esta profundamente enraizada en nuestro ser colectivo nos llevará a la conclusión que sólo desde un enfoque cultural y multi-disciplinario podremos avanzar en un camino de soluciones verdaderas.   Y ello exige un verdadero examen de conciencia por parte de la ciudadanía toda, desde el individuo particular hasta las mismas instituciones y corporaciones.

La sabiduría hermética postula un muy valioso principio que se denomina de correspondencia: “como abajo es arriba, y como arriba es abajo”.   Aplicando dicho precepto a este complejo fenómeno podemos inferir una notable correspondencia entre lo que sucede en las altas esferas del poder público y privado y lo que acontece en la vida cotidiana de individuos en particular.    De este modo nos chocamos con la existencia de una enorme hipocresía generalizada:   vemos que numerosos individuos no dudan en indignarse, protestar, acusar a sus gobernantes por la corrupción, mientras que no les tiembla el pulso para sobornar a un funcionario para facilitar una habilitación, lograr una mayor rentabilidad en su empresa o algún otro tipo de beneficio.  Incluso desde niños se inculca en nuestro país la práctica de la corrupción, cuando socialmente se acepta la práctica de “hacer trampa” o “machetearse” en los exámenes de la escuela,  y se la considera como una picardía menor.
    
La excelencia de la sabiduría de Jesucristo nos lleva por el mismo sendero, ya que con gran simpleza en una de sus parábolas enseñó  (en perfecta armonía con la ley de correspondencia que antes enuncié) : “…El que es fiel en lo muy poco, es fiel también en lo mucho; y el que es injusto en lo muy poco, también es injusto en lo mucho…” (Evangelio Según San Lucas 16:10). 

Es obvio que todo esto no implica olvido ni impunidad para los hechos de corrupción que hoy salen a la luz.  Cada acto debe ser investigado y en su caso debe juzgarse a cada uno de los responsables hasta las últimas consecuencias.  Pero no nos quedemos con casos particulares, sino que deviene necesario e imprescindible tomar la decisión de emprender una verdadera campaña para erradicar la corrupción de la faz de nuestro país, en todos los estamentos y actores, desde las conductas más mínimas, y de éste modo comprometernos en la construcción de una cultura y un modo de vida transparente y honesto.

Patricio E. Gazze

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