El pueblo
judío es uno de los pocos que ha sufrido en carne propia – y varias veces a lo
largo de su historia- la peculiar situación de estar apuntado para el
exterminio. Tal es así que este vil
deseo de los antisemitas fue ejecutado con una escalofriante precisión en el
marco de una de las mayores masacres de las que la humanidad tenga registro a
mediados del siglo pasado. Y sobre el
final de dicha conflagración se sentaron las bases –consentidas por toda la
comunidad internacional- para el establecimiento de un hogar propio en las
tierras que habían sido habitadas desde hacía más de tres milenios por dicho
pueblo. El Estado de Israel declaró su
independencia el 14 de Mayo de 1948, y en menos de dos años las dos principales
potencias ya habían reconocido su estatus de estado soberano. Nuestro país reconoció su soberanía el 14 de
Febrero de 1949 por decreto del Presidente Juan D. Perón. Evita, mediante los buenos oficios de la
Fundación Eva Perón, colaboró fuertemente enviando ayuda humanitaria a la
naciente nación.
Hoy, ya entrado el siglo XXI, el Estado de Israel
(que incluye a ciudadanos judíos, musulmanes y cristianos) se encuentra frente
una idéntica amenaza que en tiempos de la perversa locura del régimen
nacionalsocialista. Hamas, la agrupación
extremista islámica que gobierna la franja de Gaza cuenta entre sus objetivos
explícitos la literal aniquilación de Israel.
No hace falta ser un especialista para dimensionar el significado y el
impacto de tan brutal declaración. Lamentablemente,
los medios de comunicación, una considerable parte del arco político y la gran
mayoría de los formadores de opinión omite de una manera muy preocupante este
hecho fundamental, que resulta imprescindible para entender los actuales
acontecimientos en el Medio Oriente.
Las terribles
noticias que recibimos de la actual escala de violencia desatada a partir del
secuestro y asesinato de tres adolescentes israelíes es relatada de un modo
distorsionado, directamente olvidando el detalle que quienes iniciaron esta
espiral de terror no son partes de un épico ejército de liberación de un pueblo
oprimido sino, que por el contrario, constituyen células de una organización criminal terrorista con ramificaciones y apoyo
internacionales dedicados principal y prioritariamente a destruir a su vecino. Para ello, no escatiman recursos para
destinarlos a fines bélicos (aun cuando ello implique posponer el bienestar de
su pueblo) ni tampoco tienen escrúpulos para llevar adelante sus fines a pesar
del sufrimiento y muerte de su propia gente.
Desde ya que
no pretendo justificar los crímenes de guerra que puedan haber sido cometidos por
parte Fuerzas de Defensa de Israel. Es obvio que tales actos son condenables. La cuestión aquí es no precipitar juicios sin
un detenido análisis de la compleja situación que allí se vive. La lógica simplista de “opresor-oprimido”, o
“Neoliberalismo / capitalismo - pueblos
autóctonos” con que se pretende explicar la situación recortando de la escena a
los extremistas islámicos resulta a todas luces equivocadas. Es verdad que Israel se encuentra muchísimo
más desarrollado en cuanto a tecnología militar que Palestina, pero su
situación es muy delicada puesto que está rodeada de “vecinos” que intentan
insistir en el frustrado plan de Hitler.
El conflicto
es presentado mediáticamente muy a la ligera, de modo que la natural empatía que
uno siente hacia las víctimas civiles palestinas opaque y esconda el trasfondo
de la situación. Se precipita llegar a
una opinión o conclusión sobre la base del conteo de muertos en uno y otro
bando. De este modo Israel, o “los
judíos” son los “malos de la película” y los palestinos las únicas
victimas. Sin dudas esto además favorece un rebrote en
el antisemitismo, en muchos casos latente, de ciertos sectores de la población.
Otro recurso
de la guerra propagandística que lleva adelante el fundamentalismo de Hamas es
la utilización adrede de términos incorrectos y engañosos. Se denuncia una supuesta comisión de un
genocidio por parte de Israel.
Efectivamente,
es posible que las fuerzas de defensa israelíes hayan cometido actos que
califican como crímenes de guerra y que violan disposiciones de Naciones Unidas
sobre derecho internacional humanitario.
Pero de ningún modo podemos hablar de genocidio, cuando las propias
fuerzas israelíes advierten con antelación de sus ataques por todas las vías
posibles, ofrecen ayuda médica a las victimas palestinas y además han sido
quienes desocuparon el territorio de Gaza para que sus habitantes se gobiernen por
si mismos. Así también, hay más de un
millón de árabes-israelíes viviendo como ciudadanos en igualdad de condiciones
dentro de las fronteras de Israel. Todo
ello indica que no existe ningún deseo
por parte del gobierno este país de llevar adelante un exterminio o limpieza
étnica, ni nada que pueda ser tipificado como genocidio. Por el contrario, el objetivo que buscan es
desmantelar las instalaciones para lanzar cohetes a poblaciones civiles y destruir
los túneles de los terroristas, para de esta manera lograr ofrecer seguridad a
sus ciudadanos.
Quienes sí
están determinados –y no lo hacen sólo porque no pueden hacerlo y porque Israel
es muy eficiente defendiéndose- a cometer un genocidio son los líderes de
Hamas, y todos sus socios de los regímenes extremistas musulmanes que los
financian y apoyan. No lo digo yo, no
lo dicen los israelíes, lo dicen los mismos islamistas, tal como consta en los
objetivos de Hamas y como también ha expresado el ex presidente de la República
Islámica de Irán (que mucho de Republica no tiene, sino que más bien constituye
una teocracia) quien afirmó que no descansaría hasta “borrar a Israel del
mapa”.
El contexto
regional es otro detalle absolutamente pasado por alto en los livianos análisis
y condenas se hacen en los medios, y a los cuales a la izquierda les gusta
tanto adherir. Si alguien se tomara un
minuto para realmente estudiar la historia y la geopolítica, va a caer en cuenta que la mayoría de los
vecinos de la región son cómplices de los grupos terroristas que buscan
destruir o desestabilizar Israel, y que este ultimo país cuando encontró un
interlocutor válido y dispuesto a cesar las hostilidades, ha cumplido con su
palabra, se ha replegado y ha canjeado paz por territorios, como lo hizo con el
Sinaí que fue devuelto a Egipto a cambio de un compromiso de Paz. El ejemplo de los territorios devueltos a
Egipto desenmascara a los izquierdistas tan adeptos a teorías conspirativas:
Sinaí esta repleta de recursos naturales como gas natural y petróleo además de
ser un punto estratégico en el comercio global.
En consecuencia resulta falsa la hipótesis que los territorios sean
ocupados para usurpar o usufructuar recursos naturales.
También se
acude a una simplificación que no ayuda a una correcta comprensión de la
situación para alimentar una actitud antisemita: la teoría del usurpador y la
supuesta nacionalidad “palestina”. En
primer lugar, jamás existió una nación o pueblo “palestino” hasta entrado el
siglo XX. Dicha denominación fue
arbitrariamente elegida por el Imperio Británico para designar una división
administrativa: el Mandato Británico de Palestina. En efecto, esta administración británica fue
encomendada por la Sociedad de Naciones (precursora de nuestra ONU) para regir
en los territorios que habían quedado desmembrados del extinto Imperio
Otomano. La ONU había propuesto un plan
de partición en 1947, que fue rechazada por los árabes. De esta manera la
porción de la franja de Gaza permaneció “ocupada” por Egipto y la parte del
Banco Occidental y Jerusalén Este se mantuvo “ocupada” por Jordania hasta la
guerra de los seis días en 1967. El
movimiento nacionalista palestino cobró fuerzas recién después de dicho
conflicto, cuando pasaron a estar
“ocupados” por los israelíes. Un
fiel testigo de ello es el hecho que Argentina reconoció al Estado de Israel en
1949, bajo presidencia del General Perón y a Palestina recién la reconoció
2010, bajo la presidencia de Cristina Fernández.
Israel es una construcción moderna de la comunidad internacional –alimentada por un movimiento nacionalista que podemos remontar al siglo XIX con Theodor Herlz-, pero del mismo modo lo son también Siria, Irak, Jordania, y la totalidad de los países de la península arábiga. Y aún más moderna y más tardía es la “construcción” de la nacionalidad palestina. Esta nueva configuración territorial con el condimento del incipiente nacionalismo significó un reacomodamiento de poblaciones luego de las nuevas definiciones fronterizas. En la región se cometieron gravísimos errores en la forma de fijar los límites de las “nuevas naciones”; se marginó completamente a la población kurda dejándola sin una tierra propia, se ignoró la división entre chiitas, sunitas y alauitas dejando sentadas las bases para futuras y sangrientas guerras civiles, y se instauró a familias reales creadas de la nada como gobernantes. Sin embargo, de todas las imperfecciones y errores cometidos, ninguna causó tanta indignación como la creación del nuevo Estado israelí en 1948 en un ínfimo territorio. Sus vecinos recibieron este suceso con una agresión desde todos los puntos cardinales, declarándoles la guerra casi de inmediato.
Israel es una construcción moderna de la comunidad internacional –alimentada por un movimiento nacionalista que podemos remontar al siglo XIX con Theodor Herlz-, pero del mismo modo lo son también Siria, Irak, Jordania, y la totalidad de los países de la península arábiga. Y aún más moderna y más tardía es la “construcción” de la nacionalidad palestina. Esta nueva configuración territorial con el condimento del incipiente nacionalismo significó un reacomodamiento de poblaciones luego de las nuevas definiciones fronterizas. En la región se cometieron gravísimos errores en la forma de fijar los límites de las “nuevas naciones”; se marginó completamente a la población kurda dejándola sin una tierra propia, se ignoró la división entre chiitas, sunitas y alauitas dejando sentadas las bases para futuras y sangrientas guerras civiles, y se instauró a familias reales creadas de la nada como gobernantes. Sin embargo, de todas las imperfecciones y errores cometidos, ninguna causó tanta indignación como la creación del nuevo Estado israelí en 1948 en un ínfimo territorio. Sus vecinos recibieron este suceso con una agresión desde todos los puntos cardinales, declarándoles la guerra casi de inmediato.
Este evento
desencadenó un gran flujo migratorio de refugiados judíos que vivían en toda la
región del mediterráneo meridional y oriental, debiendo abandonar lo que había
sido su hogar por más de dos mil quinientos años. Estos “desplazados” judíos son completamente
soslayados y olvidados por la prensa.
¿Cómo vamos a poder comprender verdaderamente la situación si sólo damos
importancia a una parte de la historia?
Según cifras
de las Naciones Unidas, el número de refugiados judíos que emigró a Israel es
casi el mismo que el de árabes que emigró desde Israel. La única diferencia fue que los refugiados
judíos fueron integrados al nuevo país, mientras que los desplazados árabes en
lugar de ser recibidos y ayudados a integrarse en otros países árabes a los que
arribaron, fueron hacinados en campamentos y se perpetuó su condición de
refugiados, para su utilización política.
Y este es otro
aspecto que no se tiene en cuenta: la utilización política de la población
civil. Mientras que Israel invierte gran parte de sus recursos y esfuerzos para
proteger a su población, Hamas no duda utilizarla como escudo humano. Esto no
debe sorprendernos ya que esta organización terrorista adoctrina desde pequeños
a los niños palestinos para convertirse en mártires (terroristas suicidas). Una vez más nos encontramos con otro sutil
“olvido” de los detractores de Israel: a nadie se le ocurre señalar o reparar
en la terrible violación a los Derechos Humanos que supone el adoctrinamiento a
niños y su utilización para la guerra o para la construcción de los túneles del
terror que hacen los fundamentalistas.
La versión que
muestran los medios pareciera indicar que constituye una atrocidad y vulnera
los Derechos Humanos atacar escuelas, hospitales, templos religiosos siempre y
cuando los blancos se encuentren en Gaza, pero el hecho de hacerlo disparando
misiles a idénticos blancos (escuelas, hospitales, templos) en el suelo de
Israel, no. Este es el “doble-estándar”
que nos presentan los medios y que tanto gusta a las izquierdas utilizar para
quejarse contra el “capitalismo imperialista” (como si tuviera algo que ver)
que oprime a las naciones.
De la misma
manera, los incoherentes comunicadores utilizan la bandera de los Derechos
Humanos para sacar a relucir sus condenas a Israel por la actividad militar en
Gaza, pero no han escrito, no se han manifestado, no han protestado ni siquiera han demostrado
la menor preocupación por las atrocidades (crucifixiones) cometidas contra
cristianos en Irak (justamente ejecutadas por organizaciones afines a Hamas),
la ejecución de homosexuales en Irán, la mutilación genital y la limpieza
religiosa en Sudán, Mali, Arabia Saudí, Qatar y los Emiratos Árabes. Cuando los verdugos son los propios
fundamentalistas islámicos, en tales
casos la barbarie está permitida o a nadie le importa.
Resulta una
interesante contradicción que todo este colectivo de indignados y detractores
de Israel bajo una supuesta defensa de los Derechos Humanos –muy probablemente
mera ignorancia o pereza para ponerse a estudiar- acaban resultando funcionales a la propaganda
del integrismo islámico, movimiento que abierta y explícitamente rechaza y
denigra tal concepto. Y lo más grave es
que no sólo constituye una cuestión declarativa, sino que son muy eficientes en
hacer realidad esa visión: en aquellos lugares donde los extremistas islámicos
son gobierno, directamente no existe el más mínimo respeto a los Derechos
Humanos.
Por todo ello,
creo que debemos analizar la cuestión árabe israelí evitando las omisiones terribles
que antes se detallaron, teniendo en cuenta que Hamas no sólo es el principal
enemigo de Israel, sino también de los propios Palestinos.
En 2005 Israel
se retiró completamente de la franja de Gaza para que sus pobladores fueran
artífices de su propio destino, pero gracias al liderazgo de Hamas han tomado el
camino del terrorismo, la guerra y los abusos.
En lugar de construir infraestructura e industria, se dedicaron a
construir una costosísima red de túneles para llevar terroristas y explosivos
del otro lado de la frontera, en lugar
de construir escuelas y hospitales, continuaron gastando enormes sumas de
dinero para llenar (incluso edificios civiles) sus depósitos de misiles y
cohetes con la finalidad de dispararlos sobre poblaciones civiles, generando hechos de violencia que una y otra
vez desencadenaron mayor violencia. En
lugar de demostrar a Israel y al mundo que teniendo el control sobre sí mismos
podían comenzar a construir la paz, dieron un claro ejemplo que cada centímetro
que Israel retrocediera de los “territorios ocupados” sería utilizado para que
los extremistas avancen en su ofensiva y den un paso más en su nefasto plan
genocida.
La
Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio (1948) y la del
Estatuto de Roma para la Corte Penal Internacional (1998)
definen como genocidio a “… cualquiera
de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente
a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal: A) Matanza de
miembros del grupo; B) Lesión grave
a la integridad física o mental de los miembros del grupo; C) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia
que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; D) Medidas destinadas a impedir
nacimientos en el seno del grupo; E)
Traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo. El objetivo explícito y literal de Hamas de
aniquilar al Estado de Israel nos exime de mayores consideraciones a la hora de
señalar al verdadero genocida. Será
imposible la paz, cuando una de las partes desea y anhela la destrucción total
de la otra.
Patricio
Eduardo Gazze.