“Nada cabe esperar de los hombres que entran a la vida sin afiebrarse
por algún ideal; a los que nunca fueron jóvenes, paréceles descarriado todo
ensueño. Y no se nace joven: hay que
adquirir la juventud. Y sin un ideal no se adquiere…”
José Ingenieros.
Los jóvenes han sido
protagonistas de la vida política y social desde tiempos remotos. Sin embargo, nuestro país ha sido escenario
de un notable crecimiento en la visibilidad, intensidad, cantidad y
organización de la participación política juvenil en la última década. Cabe aclarar que excluiré del análisis de esta
nueva “ola participativa” a lo que acontece en el ámbito universitario. En este caso, la tradición de participación
política universitaria de nuestro país es sólida y trascendente. Su lucha se
remonta a principios del siglo XX y resultó ser fundamental en el devenir de la
Nación por su principal conquista: la Reforma Universitaria de 1918. Sin lugar
a dudas esta historia universitaria constituye un antecedente de muchísimo
peso en la política juvenil que luego se desencadenaría.
Volviendo a nuestros días, observamos
que muchos intentan apropiarse la “paternidad” de la actual explosión de los
“sub 35” en la política. Sin embargo,
podemos afirmar que este fenómeno resulta eminentemente transversal: desde el
oficialismo más ortodoxo hasta las fuerzas opositoras más críticas –pasando por
los numerosos matices intermedios-, los diferentes partidos, frentes, y
sectores de todo el arco político cuentan con sus flamantes sectores juveniles.
Ya sea por su militancia, su presencia en los actos proselitistas, o por su función como semillero de
funcionarios políticos, estos sectores han cobrado relevancia pública. En nuestros días cada partido, frente o
sector cuenta con su división puramente juvenil: ya sea La Cámpora, los Jóvenes
Pro, la Juventud Socialista, la Juventud Radical, la Juventud Peronista, entre
muchos otros. En idéntico sentido, el
fenómeno también causó repercusión en otras áreas de la vida política, como es
el caso de la Juventud Sindical del diputado Facundo Moyano.
Recientemente, los jóvenes fueron
protagonistas de una interesante iniciativa: el pasado 19 de Mayo lanzaron la
“mesa de las juventudes políticas” con apoyo de la Red Solidaria de Juan Carr,
y del titular del SEDRONAR, Juan Carlos Molina.
En la misma, los referentes Andrés “el Cuervo” Larroque, Pedro “Peter” Robledo
y Leandro Santoro –de la Cámpora, la juventud PRO, y “Los irrompibles” (Juventud
Radical) respectivamente-, acordaron
cooperar en la lucha contra la drogadicción sin importar las diferencias
ideológicas y políticas, en una muestra de diálogo y convivencia que bien puede
ser el embrión de una futura política de estado. Lejos de replicar la dinámica de choque
constante y polarización, los sectores juveniles han tendido puentes entre sí,
llegando a ensayar un claro ejemplo del diálogo que reclama a gritos la
sociedad en su conjunto.
Otro claro ejemplo del modo en el
cual los referentes de la juventud ejercen su responsabilidad con gran
responsabilidad y compromiso fue el emocionante accionar de Demian Martinez
Naya del PRO. Este joven había asistido
a la marcha del “18 A” –a protestar en lineas generales contra las políticas
del gobierno-, pero al observar cómo algunos manifestantes estaban destruyendo
la propiedad pública, decidió intervenir evitando que continúe el vandalismo. Por ese motivo, la turba enfurecida lo tomó
por “infiltrado” y comenzó a agredirlo. Esta
actitud emocionó a la Presidenta de la República, quien lo convocó –juntamente
con el antes mencionado Pedro Robledo (también del PRO)-, y ellos decidieron
aceptar la invitación. En ese momento,
la relación entre la mandataria y el jefe de gobierno porteño era casi
inexistente, y los jóvenes lograron romper esa brecha, estableciendo –desde el
respeto mutuo y sin claudicar a sus ideas- una conversación democrática muy
alentadora.
Estos dos ejemplos, entre muchos
otros, ofrecen un panorama del invaluable aporte del incremento de la participación
juvenil en el proceso de toma de decisiones de la cosa pública. La frescura, innovación y creatividad que
aporta esta porción de la población sin dudas hace caer por su propio peso a las
críticas y reparos que propinan aquellos sectores más conservadores y
reaccionarios.
Estos “dinosaurios” de la
política que se asustan y encolerizan ante la participación de jóvenes en la
discusión de la cosa pública esconden una vocación anti-democrática y cerrada.
En lugar de esperanzarse porque una creciente cantidad de jóvenes –alejándose
del hedonismo, consumismo y nihilismo propios de la posmodernidad- se
comprometa por sus ideales, trabaje por aquello que consideran más conducente
hacia el bien común y en última instancia decida ser partícipe de su propio
destino, estos dirigentes reaccionan al sentir amenazado un ámbito que
consideran exclusivo y propio. Quizás
el reflejo natural por cerrarse e intentar evitar una apertura hacia nuevas
generaciones esconde una incapacidad para competir y dar lo mejor de sí, y lo
que es más grave aún, denota una ausencia de flexibilidad y aceptación del
cambio, que es un elemento constante de la vida social.
Creo necesario revalorizar y
defender el papel de las juventudes. En
efecto, lejos de constituir un factor de desintegración, cisma o separación, estas
aportan una vitalidad que refuerza la unidad de las fuerzas a las que
pertenecen y generan una “reserva” de cuadros que estarán disponibles a la hora
que las urnas les deparen la responsabilidad de transformar la realidad desde
alguna función ejecutiva. La relación
simbiótica entre lo “nuevo” y lo “viejo” se aprovecha mejor cuando las
estructuras del partido, fuerza o movimiento ofrecen a sus jóvenes escuelas de
formación política o capacitación en liderazgo que perfeccionarán la formación
de cuadros políticos, como de hecho sucede en gran parte de los partidos más
importantes.
En última instancia, las
juventudes –al igual que lo que pasa en una población determinada en general-
determinan a largo plazo la supervivencia del sector al que pertenecen. Por eso, resulta inaudito, inexplicable y
hasta absurdo, que algunos critiquen a los jóvenes por el sólo hecho de serlo, de
conformar un espacio propio, o por desempeñarse ejerciendo responsabilidades
públicas en lugar de juzgar hechos concretos de gestión.
Esto no implica enaltecer a los
jóvenes ni exagerar sus virtudes. Como
sucede en la generalidad de los aspectos de la vida, el tiempo ayuda a desarrollar
las cualidades más nobles. En este
sentido la sabiduría de la experiencia jamás podrá ser sustituida. Pero
justamente no son los sabios quienes temen a la juventud, sino más bien los
mediocres que consideran a los cargos y funciones públicas como pequeños feudos,
pretendiendo excluir a los nuevos actores del proceso político.
Por último, aquellos que todavía
desconfíen de la capacidad de los jóvenes para liderar los destinos de una
nación, pueden detenerse en la historia de un joven que hace poco más de dos
mil años con sólo veinte años de edad fue nombrado cónsul de Roma. Desde ese
momento no sólo logró terminar la larga guerra civil surgida por la crisis de
liderazgo, sino que luego gobernó con gran sabiduría durante el período de paz
ininterrumpido más largo de la historia de su país, llevando prosperidad a
todos los dominios bajo su responsabilidad.
Este joven fue Cayo Julio César Augusto.
En particular, considero
esperanzadora esta explosión de juventudes en nuestro país. Estos “Hijos de la
democracia” han nacido y vivido toda su vida (o al menos su vida consciente)
bajo un régimen democrático, se educaron y crecieron gozando de plena libertad
de expresión. Esto les otorga una
ventaja considerable, ya que estos jóvenes, sean de izquierda o derecha,
conservadores o progresistas, peronistas o anti-peronistas, jamás han recurrido
a la violencia para defender sus ideales, ni tampoco han tenido que justificar
a líderes que llegaron por la fuerza al poder.
Poco importa el relato que los mayores pretenden imponerles –intentando
echar sobre sus espaldas la mochila de los errores del pasado-, ya que esta nueva generación posee una
profunda convicción democrática y una energía enorme para encarar los desafíos
que deberá superar nuestro país en los años por venir. Asimismo, han demostrado ser capaces de
entablar un diálogo y proponerse trabajar en conjunto –sin dejar de lado sus
ideales o banderas- con sus adversarios políticos, lo cual será fundamental a
la hora de romper la dinámica cíclica de polarización y demonización del
adversario que venimos sufriendo desde hace más de medio siglo.
Patricio
E. Gazze