Febrero de 2014.
Ante la persistencia de las protestas de estudiantes en la República
Bolivariana de Venezuela, los miembros de la UNASUR contribuyeron a
alimentar las teorías conspirativas que tanto gustan al Presidente Maduro al
emitir un comunicado en el que subyace una preocupación por la
"defensa del orden democrático".
Aprovechando la ambigüedad, el Canciller venezolano exageró la declaración del organismo internacional, atribuyéndole el condimento propio del discurso oficial de su país: la convicción que las demostraciones son parte de un plan de "desestabilización". Detrás de tan macabro estratagema, de acuerdo a los funcionarios bolivarianos, estaría -una vez más-, la mano de los Estados Unidos de Norteamérica. En concordancia con tales sospechas, el gobierno ordenó la expulsión de funcionarios consulares de la Embajada norteamericana en Caracas. Lo cual no sorprende, puesto que la revolución chavista ha utilizado estos berrinches contra diplomáticos "yanquis" en numerosas oportunidades, como parte del "show" mediático que monta para inculpar de la mayoría de sus males a Washington.
No sólo los bolivarianos son afectos a estas hipótesis de
complots y tramas secretas en pos de una desestabilización, sino que éstas constituyen además una especie de literatura común entre ciertos sectores
sudamericanos (aún cuando son paupérrimos sus fundamentos) y que -casualmente-
afloran en momentos en los cuales el propio liderazgo local se encuentra en
crisis. Utilizando esta fábula se pretende esconder la incompetencia para manejar determinadas situaciones o para eludir la propia responsabilidad de los males económicos y/o sociales que
son las verdaderas causas del conflicto, las protestas y los disturbios.
En efecto, cabe preguntarse de qué plan de
desestabilización extranjero estamos hablando cuando el propio gobierno
bolivariano ha permitido –por acción u omisión- una inflación del 50% anual -la
más alta de todo mundo- durante el año pasado.
De qué oscura trama estamos hablando cuando la situación de la
inseguridad es alarmante y cuando además se toman medidas que restringen la
libertad de expresión de los ciudadanos, incluso llegando al extremo de la
torpeza y el autoritarismo al quitar del aire de manera súbita e injustificada
a una señal de cable que –casualmente- mostraba al mundo los sucesos de
violencia.
¿Resulta acaso serio endilgar las presentes penurias de
Venezuela a los norteamericanos, quienes son los principales compradores de su
petróleo, y por ende, actores de fundamental importancia para el desarrollo y
crecimiento del país? La gente, el pueblo, los estudiantes, etc., salen a las calles
para manifestar su descontento por lo que consideran políticas erradas, políticas
que afectan su quehacer cotidiano; los precios de los alimentos, la
inseguridad, el desabastecimiento, la sensación de pérdida de libertades,
etc. En tales condiciones, es absurdo
acusarlos de ser partícipes de una confabulación planetaria en contra de su gobierno.
Por otra parte, en cualquier estado democrático la disidencia constituye un
elemento esencial, considerarla un factor de preocupación sólo denota un espirítu autoritario. Considerar la pluralidad de opiniones
políticas como una “amenaza” a la democracia nos coloca en el terreno del absurdo y la ignorancia. Muy por el contrario, la disidencia y la libre expresión son pilares del sistema democrático y constituyen derechos humanos fundamentales. No obstante, a contramano del sentido
común, de los tratados internacionales de derechos humanos y de su propia retórica "democrática", los bolivarianos y muchos de sus aplaudidores foráneos, hacen oídos sordos a las voces disidentes, y no dudan en cercenar la libertad.
Quizás esto no sea un hecho azaroso, por cuanto vemos que
muchos de éstos líderes sudamericanos que se apresuran a llenarse la boca con
la palabra democracia, son o han sido benévolos al referirse a la dictadura
“comunista” de los hermanos Castro en Cuba. Incomodados por un puñado de estudiantes que quieren hacer oír su voz (y por lo cual son brutalmente reprimidos), también guardan silencio sobre la situación de los disidentes
cubanos y de las damas de blanco. La incoherencia y contradicción que algunos
hermanos sudamericanos demuestran con el caso Cuba excede la presente reflexión,
pero resulta ilustrativa para contrastarla con esta situación en Venezuela, dejando en
evidencia de qué modo las anteojeras ideológicas llevan a conclusiones contradictorias. Sería muy fructífero que estos lideres sudamericanos examinen la coherencia en su discurso o que, en todo caso, dejen de engañarse al definirse como “demócratas” y proclamen sin rodeos que
adhieren al comunismo totalitario de partido único (y voz única) que practica Cuba.
Claramente no existe una gran afinidad entre el gobierno de
Estados Unidos de Norteamérica y el actual gobierno de Nicolás Maduro, pero
ello no significa que todos y cada uno de los problemas que hoy sufre la patria
de Simón Bolívar sean provocados o digitados por los agentes
norteamericanos. Esto
resulta más grave por cuanto bloquea la capacidad de discernir, enceguece a
gran parte del pueblo sudamericano que le encanta consumir
anti-norteamericanismo, y con ello denota un profundo resentimiento. A veces los sudamericanos nos
comportamos como aquella señora envidiosa que pierde su tiempo y su vida
criticando y denostando sus vecinos –mucho más exitosos que ella-, malgastando sus
propios recursos y obstaculizando su propia prosperidad.
Como ejemplo por oposición tomemos el caso de la República
Oriental del Uruguay. El año
pasado, nuestro vecino se convirtió en el primer país del mundo en legalizar y
reglamentar completamente la producción y el consumo de marihuana. Esta decisión política trascendental colisiona
abiertamente con los intereses y la política internacional de Washington en la
materia. ¿Han sido nuestros vecinos víctimas de intentos de invasión,
desestabilización, o alteración del orden democrático, perpetrados por los
Norteamericanos? De ninguna manera. Es más, gozan de una situación económica
mucho más sólida y estable que Venezuela. Queda claro entonces que los vaivenes
de las economías de cada país encuentran como principales responsables a sus
propios gobernantes; las políticas más prudentes en materia económica de los uruguayos son las que, en definitiva, han otorgado un mayor
bienestar a su pueblo. Quizás el Presidente Maduro debería hacer un esfuerzo
por dejar de ver fantasmas y conspiraciones y concentrarse en los problemas
reales de la economía venezolana.
Seguramente sea difícil para un hombre que afirma comunicarse con los
difuntos a través de un “pajarito” y más aún cuando muchos pensadores en
Sudamérica contribuyen a consolidar la paranoia de persecución, festejando las
arengas “anti-imperialistas’ del gobernante bolivariano.
Lejos de teorías conspirativas, la realidad nos demuestra
que los sudamericanos compartimos una fluida y fructífera cooperación con
nuestros hermanos norteamericanos.
Como un ejemplo notable –entre muchísimos otros-, cabe señalar que la
CONAE (Comisión Nacional de Actividades Espaciales) de Argentina y la NASA (National Aeronautics and Space
Administration) de los Estados Unidos han trabajado en conjunto por más de
una década, con resultados beneficiosos para ambas partes (y lo siguen
haciendo).
La Guerra Fría terminó ya hace más de dos décadas, es hora
de cerrar el capítulo de las confabulaciones, asumir las responsabilidades de nuestro propio destino y
dejar de echar culpas a los demás, ya sea a los Estados Unidos, al
“imperialismo”, “capitalismo” y demás entelequias a las que recurren algunos
pensadores y dirigentes para diluir fallas y errores propios. Nuestro continente tiene un potencial
enorme, pero sólo podrá desplegarlo en plenitud cuando nuestros dirigentes
políticos e intelectuales se propongan actuar responsablemente, siendo
artífices del propio destino, con capacidad de autocrítica y voluntad de
superación. Sudamérica necesita más gobiernos responsables y menos teorías conspirativas.
Patricio
E. Gazze
Generación
Proyectar
Ateneo
Domingo Faustino Sarmiento