Aquel pequeño párrafo del Evangelio según San Juan constituye, a mi entender, una hermosa máxima para la convivencia en sociedad. Es tan grande la enseñanza de la parábola de la "mujer adúltera" que resulta reprochable el modo en que la soslayamos y olvidemos en nuestra vida cotidiana.
El referido pasaje bíblico nos lleva a reflexionar sobre el concepto más profundo de libertad. En reiteradas ocasiones y en algunos momentos históricos en particular es usual oír como se intenta relativizar o cercenar el alcance del término "libertad", acompañando dicha intención con afirmaciones falaces tales como "...libertad no es libertinaje..." y otras argumentaciones que inducen a equívocos que no se corresponden con el real alcance de la libertad.
Cuando nuestro interlocutor apela a una distinción de ese tipo, muchas veces está ocultando su intolerancia frente a la expresión de las libertades de otros y buscando construir algún tipo de soporte argumental para justificar su supresión o limitación.
Comprender a los excesos, a la violencia o a la afectación de derechos de otros dentro del concepto de libertad, implica desconocer su naturaleza y es intrínsecamente tendencioso. La libertad a la que me refiero es la libertad en su sentido más puro, la que se encuentra dentro del cúmulo de posibilidades y elecciones de un sujeto que no alteran el ámbito de otro. Por ello cuando hablo de ejercicio de la libertad, no la confundo con un "piquete" o un "escrache", ambas prácticas violentas y que implican el ejercicio de una acción que vulnera el ámbito de libertades de otros sujetos. No son manifestaciones de la libertad, sino de simple y burda violencia.
Y ello se relaciona con el relato bíblico pues éste habla de la libertad como condición esencial del ser humano. Incluso para equivocarse, para pecar. El ser humano, si bien sufre un sinfín de limitaciones o condicionamientos físicos, económicos, sociales, culturales y psicológicos, posee una gran ventaja: tiene la potencialidad de pensar que es libre y actuar en consecuencia. Y ello es lo que nos diferencia en última instancia del resto de la creación, del mundo en el cual nos encontramos inmersos.
La libertad es condición esencial para el desarrollo pleno de nuestra personalidad y dignidad. Incluso en sus errores. El mismísimo Jesús no vino a condenar a aquellos que pecaban, sino que se sentó y anduvo con ellos. Con mucho menos autoridad podríamos nosotros pretender juzgar o condenar a nuestros hermanos en sus yerros.
Por tal motivo, es importantísima la proyección de este ideal en la sociedad. Todos en algún momento de nuestras vidas ocupamos el rol de la "mujer adúltera", al cometer errores, al sostener valoraciones equivocadas o incluso estar convencidos de ellas. Aún así, nadie tiene el derecho a juzgarnos y quitarnos nuestra libertad por aquello que no los perjudica. Pues nadie está exento del error o de la equivoación. Somos todos seres falibles y que en nuestra búsqueda personal podemos tomar el camino errado. Es así que debemos estar plenamente seguros que aquellas conductas y convicciones que hacen a nuestro ser, a nuestra intimidad, a nuestros ideales políticos, religiosos, sociales y a nuestra cultura en general, deben encontrarse exentos de cualquier tipo de opresión o cercenamiento por parte de nuestros pares.
Organizados colectivamente, los seres humanos hemos llegado a crear la idea de Estado, ente que en el funcionamiento práctico -y dentro de un esquema liberal-democrático- deberá siempre y con todas sus fuerzas proteger la libertad de expresión para evitar la opresión política, debe ser eficiente en sus regulaciones para proteger la libertad de competencia y comercio y así evitar la opresión económica y debe darse leyes justas y otorgar un sistema educacional y de salud de calidad, para evitar la opresión social y de la ignorancia.
Y en ese sentido, mi mensaje no debe ser confundido. No estoy propiciando que como ciudadanos tomemos una postura displicente, ni tampoco quiero incitar a no cumplir las leyes o los castigos que la ley prevé. La ley debe cumplirse, las lesiones a los derechos de los demás deben ser siempre reparadas y retribuidas conforme a los procedimientos legales. Todo ello asegura la libertad.
El verdadero peligro se encuentra en aquellos que desean utilizar las leyes para cercenar las libertades individuales, con el objetivo de imponer su propio sistema de valores o consolidar alguna forma de opresión. La diferencia entre una regulación legal necesaria para coordinar las conductas de los ciudadanos y así asegurar la convivencia pacífica en sociedad y aquella que atenta contra las libertades de la ciudadanía es muchas veces muy sutil.
Por ello, creo que debemos estar atentos y desconfiar de toda apelación vaga o genérica al "bien común", a las "buenas costumbres" o a la "moralidad", pues tras ellas muchas veces se esconde el mísmo espíritu de aquellos ansiosos por apedrear a la mujer adúltera. No debemos forzar a los demás a vivir su vida conforme a nuestros valores, si no queremos que otros nos hagan lo mismo. Por ello siempre debemos ser respetuosos al calificar a los demás, al proponer nuevas regulaciones o al manifestar nuestras valoraciones, ideas o propuestas. No nos convirtamos en bestias totalitarias. Como conclusión, nuevamente creo importantísimo recurrir a la Biblia:
"... No juzguéis para que no seáis juzgados. Porque con el juicio que juzgáis, seréis juzgados; y con la medida con que medís, os volverán a medir..."
(Las citas son del Evangelio Según San Juan, cap. 8 -7, y del Evangelio según San Mateo, cap. 7-12)
El referido pasaje bíblico nos lleva a reflexionar sobre el concepto más profundo de libertad. En reiteradas ocasiones y en algunos momentos históricos en particular es usual oír como se intenta relativizar o cercenar el alcance del término "libertad", acompañando dicha intención con afirmaciones falaces tales como "...libertad no es libertinaje..." y otras argumentaciones que inducen a equívocos que no se corresponden con el real alcance de la libertad.
Cuando nuestro interlocutor apela a una distinción de ese tipo, muchas veces está ocultando su intolerancia frente a la expresión de las libertades de otros y buscando construir algún tipo de soporte argumental para justificar su supresión o limitación.
Comprender a los excesos, a la violencia o a la afectación de derechos de otros dentro del concepto de libertad, implica desconocer su naturaleza y es intrínsecamente tendencioso. La libertad a la que me refiero es la libertad en su sentido más puro, la que se encuentra dentro del cúmulo de posibilidades y elecciones de un sujeto que no alteran el ámbito de otro. Por ello cuando hablo de ejercicio de la libertad, no la confundo con un "piquete" o un "escrache", ambas prácticas violentas y que implican el ejercicio de una acción que vulnera el ámbito de libertades de otros sujetos. No son manifestaciones de la libertad, sino de simple y burda violencia.
Y ello se relaciona con el relato bíblico pues éste habla de la libertad como condición esencial del ser humano. Incluso para equivocarse, para pecar. El ser humano, si bien sufre un sinfín de limitaciones o condicionamientos físicos, económicos, sociales, culturales y psicológicos, posee una gran ventaja: tiene la potencialidad de pensar que es libre y actuar en consecuencia. Y ello es lo que nos diferencia en última instancia del resto de la creación, del mundo en el cual nos encontramos inmersos.
La libertad es condición esencial para el desarrollo pleno de nuestra personalidad y dignidad. Incluso en sus errores. El mismísimo Jesús no vino a condenar a aquellos que pecaban, sino que se sentó y anduvo con ellos. Con mucho menos autoridad podríamos nosotros pretender juzgar o condenar a nuestros hermanos en sus yerros.
Por tal motivo, es importantísima la proyección de este ideal en la sociedad. Todos en algún momento de nuestras vidas ocupamos el rol de la "mujer adúltera", al cometer errores, al sostener valoraciones equivocadas o incluso estar convencidos de ellas. Aún así, nadie tiene el derecho a juzgarnos y quitarnos nuestra libertad por aquello que no los perjudica. Pues nadie está exento del error o de la equivoación. Somos todos seres falibles y que en nuestra búsqueda personal podemos tomar el camino errado. Es así que debemos estar plenamente seguros que aquellas conductas y convicciones que hacen a nuestro ser, a nuestra intimidad, a nuestros ideales políticos, religiosos, sociales y a nuestra cultura en general, deben encontrarse exentos de cualquier tipo de opresión o cercenamiento por parte de nuestros pares.
Organizados colectivamente, los seres humanos hemos llegado a crear la idea de Estado, ente que en el funcionamiento práctico -y dentro de un esquema liberal-democrático- deberá siempre y con todas sus fuerzas proteger la libertad de expresión para evitar la opresión política, debe ser eficiente en sus regulaciones para proteger la libertad de competencia y comercio y así evitar la opresión económica y debe darse leyes justas y otorgar un sistema educacional y de salud de calidad, para evitar la opresión social y de la ignorancia.
Y en ese sentido, mi mensaje no debe ser confundido. No estoy propiciando que como ciudadanos tomemos una postura displicente, ni tampoco quiero incitar a no cumplir las leyes o los castigos que la ley prevé. La ley debe cumplirse, las lesiones a los derechos de los demás deben ser siempre reparadas y retribuidas conforme a los procedimientos legales. Todo ello asegura la libertad.
El verdadero peligro se encuentra en aquellos que desean utilizar las leyes para cercenar las libertades individuales, con el objetivo de imponer su propio sistema de valores o consolidar alguna forma de opresión. La diferencia entre una regulación legal necesaria para coordinar las conductas de los ciudadanos y así asegurar la convivencia pacífica en sociedad y aquella que atenta contra las libertades de la ciudadanía es muchas veces muy sutil.
Por ello, creo que debemos estar atentos y desconfiar de toda apelación vaga o genérica al "bien común", a las "buenas costumbres" o a la "moralidad", pues tras ellas muchas veces se esconde el mísmo espíritu de aquellos ansiosos por apedrear a la mujer adúltera. No debemos forzar a los demás a vivir su vida conforme a nuestros valores, si no queremos que otros nos hagan lo mismo. Por ello siempre debemos ser respetuosos al calificar a los demás, al proponer nuevas regulaciones o al manifestar nuestras valoraciones, ideas o propuestas. No nos convirtamos en bestias totalitarias. Como conclusión, nuevamente creo importantísimo recurrir a la Biblia:
"... No juzguéis para que no seáis juzgados. Porque con el juicio que juzgáis, seréis juzgados; y con la medida con que medís, os volverán a medir..."
(Las citas son del Evangelio Según San Juan, cap. 8 -7, y del Evangelio según San Mateo, cap. 7-12)
Patricio E. Gazze